Apenas reconocido por Roma, el proyecto del nuevo instituto fundado por Querbes comenzó a interesar a obispos y sacerdotes de muchas diócesis. La simplicidad de sus estatutos y la presencia de algunos sacerdotes en este instituto que se dedicaba principalmente a la educación cristiana de la juventud parecía poder satisfacer sus necesidades. En aquella época, la Iglesia padecía una deficiencia casi generalizada en este campo. Además, llovían por todas partes las peticiones de personas preparadas. El P. Querbes ya había acordado enviar a cinco religiosos a los Estados Unidos para fundar en Missouri.
Lamentablemente, aunque el proyecto querbesiano seducía, todavía contaba con pocos miembros, y carecía, por desgracia, de recursos. La formación de los alistados, la mayor parte de los cuales no tenían más que buena voluntad, exigía mucho más.
En Canadá, a mediados del siglo XIX, las necesidades educativas no eran menores. El problema preocupaba al nuevo obispo de Montreal, el Obispo Bourget. En 1841, realizó una gira en Francia, tanto en comunidades masculinas como femeninas, en busca de refuerzos.
Dos años más tarde, envió al Sr. Hudon, su vicario general, a continuar con la búsqueda de más adeptos. El obispo expresaba sus necesidades para el Canadá en términos casi idénticos a los utilizados por el P. Querbes:
“Responder a nuestras necesidades proveyéndonos de maestros capaces de dar a nuestras aldeas una buena y religiosa educación, que enseñen el canto y las ceremonias, que cuiden las sacristías y residan con los párrocos, siempre y cuando sean capaces de albergarlos y alimentarlos”.
De vuelta a Francia en 1846, el Obispo Bourget se reunió con el P. Querbes. Entre los dos hombres nació de forma espontánea una profunda empatía. El Obispo de Montreal quedó impresionado por la sencillez amable de nuestro fundador, su rectitud de intención, su prudencia. No tuvo dificultad en reconocer en él al “hombre de Dios”.
Finalmente, en la primavera de 1847, embarcaron tres catequistas hacia Canadá. Un equipo débil porque el mayor de los tres sólo llevaba seis años de profesión religiosa. El lugar de inserción previsto seguía siendo el Colegio Joliette, en una villa industrial.
Los tres pioneros se pusieron a trabajar con todo su corazón. No dudaban de que este colegio “de nuevo cuño” ampliaría a otra dimensión el proyecto inicial del instituto. El P. Querbes tuvo su momento de preocupación. Sin embargo, dejó la obra en manos de Mons. Bourget para que velara por ella como si fuera suya.