Hay personas cuyo paso por la vida deja una estela de luz, de simpatía, de gracia, de amor. Al mismo tiempo revelan un rostro de Dios amable, próximo, fiel, fácil de alcanzar, desbordante de vida, de generosidad, de misericordia, manantial de resurrección para todos, un Dios padre y madre que nos ama sin medida. Estos hombres o mujeres son como ventanas a través de las cuales la gloria de Dios ilumina a los humanos, la presencia de estas personas es una garantía de la presencia activa de Dios entre nosotros.
Una de estas personas fue Jaime. Todos sabemos que el Señor le concedió muchos talentos naturales y también sabemos que él los utilizó generosamente realizando muchas obras a favor de todos y especialmente a favor de los habitantes del barrio de las Delicias. No voy a enumerar aquí todos sus talentos pero, entre otros, me gustaría resaltar la enorme intuición pedagógica que poseía y que empleaba no solo en la clase, sino en la vida misma. Jaime era un educador nato que con amor y constancia ayudaba a cada uno a extraer, a explotar al máximo sus talentos y posibilidades. Él supo utilizar ampliamente esa pedagogía con todos: con adultos, con jóvenes y especialmente con niños, intentando ayudar a todos a vivir el momento presente, a apreciar y aceptar lo bueno, verdadero y bello que existe en la vida de todos y en la vida de cada uno.