Su año de encuentro con los peregrinos, dice, quedará grabado en su memoria. El santuario está situado en la ladera de un acantilado, cerca de la ciudad de Toulouse, y se remonta a la Edad Media. Según la tradición, un ermitaño, San Amador, vivía en esta cueva rocosa situada en la ladera del acantilado. El santuario toma su nombre de «roc» (roca) y «Amadour» (Amador), o Rocamadour, y recibe un millón de visitantes al año.
«Nuestra misión es acoger, escuchar y evangelizar a los turistas y peregrinos,» dice el Hno. Joseph. «El obispo de la diócesis me pidió que me quedara allí durante un período más largo que los dos meses de verano. El Provincial aceptó y por eso me he quedado un año.»
Durante el año, el Hno. Joseph actuó como guía espiritual, contando a los visitantes la historia de este lugar sagrado y a la vez ayudándoles a profundizar en su fe. Algunos visitantes, dice, se convirtieron en verdaderos peregrinos.
El Hno. Joseph también ayudó a planificar las liturgias en la capilla y a formar a los monaguillos, pero sobre todo los visitantes encontraron su alegría contagiosa.
«Gracias por su alegría, su amor y su apertura,» le decían. «Es algo que necesitamos mucho hoy en día.”
Para el Hno. Joseph, su año en el santuario ha sido un periodo lleno de gracias. «Los turistas y los peregrinos suelen decir que cuando te vas de este lugar, no eres el mismo que cuando llegaste,» dice. «El lema de Nuestra Señora de Rocamadour es: ‘Arráigate en la roca.’ Es un mensaje que nunca olvidaré.»