Escribe Alejandro Fernández Barrajón: «Si el amor tiene una cara visible y serena, esa es la ternura. Hablar de ternura es hablar de un corazón que se expande, que se abre, que se presta y se hace detalle inesperado y caricia. (…) Dios se ha hecho ternura en Jesús de Nazaret para toda la humanidad… (…) La ternura es la argamasa de la construcción de nosotros mismos… La vida consiste, al final, en aprender a expresar la ternura que Dios nos ha regalado entre los muchos talentos que poseemos. La ternura es una actitud valiente y decidida de quien sabe que estamos hechos para el amor. (…) La ternura es la base de la educación… Somos tiernos cuando sabemos ver en los otros imágenes del mismo Dios que merecen todo respeto, cariño y valoración. (…) La ternura humana está fuertemente ligada a la ternura de Dios. La cercanía divina ha purificado el amor humano, hasta el punto de convertirlo en proyecto de divinidad».*
¡Qué gozada contemplar catequistas que reparten ternura a su alrededor, rodeados de sus catequizandos! ¡Qué gozada ver, en particular, a niñas y niños que acuden a la catequesis con alegría porque se saben queridos por sus catequistas! ¡Qué hermosa imagen de nuestro Dios dan tantos catequistas afectuosos, amigables, tiernos, y qué hermosa vivencia de la misericordia de Dios trasmiten en su vida diaria! Gracias, catequista. Que continúes fuertemente enganchada, enganchado, a la ternura de nuestro Dios de la mano de nuestra Madre, dechado de ternura y de dulzura.
* Alejandro Fernández Barrajón, Dosis de ternura. Paulinas, Madrid 2019, pp.13 ss.