Finalizamos esta sección del “ser, saber y saber hacer” de Álvaro Ginel: «Atención a la persona concreta del catecúmeno. Su historia personal, su ritmo o proceso de acogida de la Palabra de Dios (…). Atención al grupo de catecúmenos. Esto exige una habilidad para interpretar las demandas del grupo y activar procesos que favorezcan la marcha del grupo (…). Atención para proponer el itinerario que el grupo necesita (…). El acompañante tiene que lograr, poco a poco, adquirir su propio estilo de animación acomodado a su propia personalidad, a su experiencia de ser miembro de otros grupos (…). El ejercicio de ser acompañante de catecúmenos es lugar de aprendizaje personal (…). Donde el acompañante debe mostrar su “arte” de buen hacer es en la armonización fluida de los aspectos de la vida cristiana (…). El acompañante en su actuación práctica sabe que no puede ser maestro y pedagogo de la fe de otros si no es discípulo convencido y fiel de Cristo en su Iglesia (DGC 142). El acompañante es un creyente que hace camino con el catecúmeno y, en el camino, “da razón de su fe” (…) El acompañante sabe conducir al catecúmeno con tacto y con determinación a enfrentarse con sus experiencias más profundas, con su historia, con sus desafíos y condicionamientos, sus cambios y sus crisis. La vida es el lugar donde Dios llama y se hace presente para sanar, salvar, encontrarse con cada persona y proponerle, con el auxilio del Espíritu Santo y de la comunidad, un camino de seguimiento de Jesús, el Cristo».*
Todos nosotros, como catequistas y acompañantes, seguimos aprendiendo con la ayuda del Espíritu y de nuestros compañeros y compañeras catequistas en la escuela de la vida de la comunidad y de la vivencia de la fe en comunidad, como más adelante nos propone Álvaro Ginel. Creo que no caben más comentarios. ¡Mucho ánimo, catequista-acompañante!
* Álvaro Ginel, Asociación Española de Catequetas (AECA), El acompañamiento en catequesis (Didajé, n. 16), PPC, Madrid 2019, pp. 92-94.