El don concedido a nuestro fundador, el P. Luis Querbes, fue en primer lugar esa capacidad de ver con los ojos de Dios. Don que viene del Espíritu. El hecho es que su deseo de responder a las necesidades observadas, escribe, “le ocupaba totalmente y le seguía hasta el altar”.
La riqueza del carisma querbesiano reside en la innovación que supo aportar como respuesta a las necesidades percibidas. Mientras que la formación cristiana era hasta el presente algo reservado al clero, el P. Querbes reunió a catequistas laicos para esta tarea. Este modo de proceder es muy actual desde que el Concilio Vaticano II promocionara el laicado para anunciar a Jesucristo y su Evangelio como fuente de renovación para las comunidades cristianas.
En la puesta en práctica del carisma del Fundador aparece otra originalidad. Se trata de que los nuevos maestros cristianos puedan en verdad convertirse en portadores de la Palabra. Así que les pide que se alimenten de ella diariamente.