El padre Luis Querbes es un “cura” amante de Dios y de la Iglesia. Coadjutor primero, en la ciudad de Lyon, durante cinco años y luego párroco en un pueblo durante 37. Total, lo que hoy llamaríamos “un cura de pueblo”…, pero de calidad.
Hace tiempo que le impresiona y le inquieta el abandono cultural y espiritual de la gente, sobre todo de los niños. Movido por lo que él llamará en sus Estatutos “un celo ardiente y desinteresado”, se pone manos a la obra entre incomprensiones y dificultades para poner las bases de una fundación, “después de haber examinado durante mucho tiempo, delante de Dios, una idea que primeramente le vino en su presencia”.
El Padre Luis no es como la mayoría, que se lamentan estérilmente de la situación. Ve claro el problema y clara la solución. No pueden con él los pesimismos. Esa idea, “nacida delante de Dios”, es su sociedad o asociación, “Congregación de los Clérigos de san Viator y/o Comunidad Viatoriana”
Pero… ¿no es San Viator el fundador?
¡No! A estos nuevos “frailes” que el padre Querbes iba a fundar, quiso ponerles un modelo que imitar y un protector que cuidara de ellos. Nadie mejor que un joven “lector” de la iglesia de Lyon, paisano suyo por tanto, que se santificó allá en el siglo IV con su adhesión u ayuda eficaz a su obispo, San Justo. Este santo joven era San Viator. De todo ello hacía ya muchos años, pero para lo que él se proponía, “venía como anillo al dedo”.