En 1984, el poblado de la UVA de Villaverde Alto recibió a una pequeña comunidad de religiosos y laicos enviados por los Clérigos de San Viator para entrar en contacto con la periferia de Madrid. El destino era la parroquia de San Félix, de la que el Fernando Sanz sería, con el tiempo, nuevo párroco. Eran los años en los que la heroína destrozaba vidas, familias y barrios en los poblados del sur de Madrid.
La pequeña comunidad de viatores que fue allá empezó viviendo en una de las chabolas que había junto a la iglesia, y que hacía las veces también de despacho parroquial. Un día, entró una mujer, «que su hija estaba en la cárcel, muy enferma, que era muy buena, que había sido monaguilla de pequeña y que por favor fuera a verla». La chica, enganchada a las drogas, «de 22 o 23 años, pero con aspecto de muy mayor», estaba en el hospital penitenciario de Carabanchel, en la planta de mujeres. «Con más miedo que alma», Fernando fue a visitarla.
Le recibió con los brazos abiertos y con un «ayúdeme, padre» que al sacerdote le sirvió de resorte para ponerse manos a la obra. Supo que la ley permitía que, con condiciones, un preso gravemente enfermo saliera. «Yo te saco y tú me ayudas», le dijo a la joven, y así es como la chica volvió al barrio e intentó echar una mano poniendo en marcha un equipo de baloncesto con otras vecinas. La droga se la acabó llevando, pero en el corazón del padre Fernando ya se había colado el mundo de las adicciones y la cárcel.
Ayuda integral a las mujeres
Un año después de su llegada a Villaverde, y tras la muerte de esta chica, él mismo, junto con un médico y una monja, fundó la asociación Arco Iris, no confesional para que nadie se viera condicionado por las creencias, pero nacida de la vida parroquial y «dedicada a ayudar a jóvenes drogodependientes y a sus familias». A su vez, comenzó a ir al centro penitenciario de mujeres de Yeserías, donde sustituía al capellán en la celebración de las Eucaristías. Lo hacía en el Departamento 4, el de las presas más jóvenes, las veinteañeras.
Para cuando las mujeres salían con permisos penitenciarios, «monté un piso» que cuidaba Susana Fernández, una jovencísima psicóloga que «quería estar con presos» y que aterrizó de forma providencial en la parroquia procedente de Asturias. Sin ser creyente, Fernández formó (y forma a día de hoy) un equipo «formidable» con el padre Fernando y con toda la asociación. La experiencia en Yeserías llevó a convertir Arco Iris en una «asociación dedicada a la mujer», y se añadió un piso más de atención a presas.
Nació también en la parroquia por aquellos años Las Madres Esperanza, un grupo de 15 madres, todas con hijos drogadictos en la cárcel, que hasta hace dos años se han estado reuniendo. Seguimos hablando de un barrio en el que había mujeres que perdieron, cada una, a varios hijos por la droga. «Muchas de ellas ya se han muerto, pero las que viven continúan llamándose por teléfono».
Y vio la luz el Grupo Lábor, de inserción laboral, para acompañar la formación y la búsqueda de empleo; y una pequeña fundación con el mismo nombre, Fundación Lábor, para mujeres y niños en situaciones de violencia de género. «La mujer es pieza fundamental, heroínas de la familias, las luchadoras en los barrios», asegura el padre Fernando, y por eso ayudarlas «a que no se destruyan a ellas mismas y a que sus familias salgan adelante» es también «el mejor servicio a la sociedad».
La cárcel y la radio
Fernando Sanz acaba de poner en marcha una radio en la parroquia a la que han llamado Radio Viator – emisora comunitaria parroquia San Félix. Un transmisor, un ordenador, unos micros y auriculares, una pequeña mesa de mezclas y un cableado hasta el templo, y el despacho que da a la iglesia se ha convertido desde hace apenas una semana en un estudio de radio desde el que se emite, todos los días, a partir de las 18:00 horas. Empiezan con la sintonía del programa, el tema Contigo somos más del disco de los viatores, continúan con el rosario que se reza a las 18:30 horas en el templo, la Eucaristía de las 19:00 horas y, después, media hora de tertulia con algún invitado. «Hablamos con vecinos de temas del barrio, asuntos variados, y el sábado es temática ecuménica», porque es una radio comunitaria que es «para toda la comunidad social».
La radio la ha montado el padre Fernando porque es experto en esto. Antes de llegar a la UVA, siendo director del Colegio San Viator, cada 30 de enero, Día de la Paz, instalaban una emisora que gestionaban los alumnos. Cuando cerraron la cárcel de Yeserías y las mujeres fueron derivadas a Carabanchel, decidió replicar la Radio Activa que emitía desde el módulo de hombres. «Radio Activa Entre Nosotras la llamamos, y con esta idea fuimos a Meco cuando trasladaron allí a las internas al cerrar Carabanchel». La propuesta de montar un taller de radio en la cárcel de mujeres más poblada de España fue aprobada. «Las cárceles están necesitadas de actividad, porque una cárcel sin actividades es la violencia y la muerte».
A día de hoy, Arco Iris, con Susana Fernández –esa psicóloga clínica y social que ha dejado su vida con las mujeres, «sus chicas» dice siempre ella, directora de programas penitenciarios de la asociación– como presentadora, lleva a cabo talleres de radio en Meco los martes y jueves, en Estremera los miércoles, y en Brieva –la única cárcel de mujeres en todo Castilla y León–, los viernes. El programa se emite de 11:00 a 12:30 horas y tiene una primera parte de noticias, que se extraen del periódico y que las propias internas preparan. Ellas locutan la noticia y después se abre un tiempo de debate sobre el tema. «La prensa escrita y la radio, a la vez, les permiten desarrollar habilidades de comunicación, de lectoescritura y además es muy divertido –explica Fernando–. Uno de los mayores problemas de cualquier centro penitenciario es la motivación, la falta de interés de los presos provocada por la pérdida de libertad; la radio les gusta porque es muy divertida, se ríen mucho».
La sección estrella es, sin embargo, una especie de consultorio sentimental que se introduce con el tema Cartas en el cajón, de La Guardia. Son misivas de penados que quieren conocer presas, y viceversa. «No sabes la de cartas que nos llegan “para escribirnos, para conocernos y, si hay más, ya se verá”», ríe el padre Fernando. En ellas se describen a sí mismos y explican lo que quieren. «Ellos son todos guapísimos y muy limpios, y ellas piden que sea un hombre formal». El programa concluye con una sección de televisión «para ver qué hay esta noche» y el horóscopo, «¡esto no puede faltar!».
Las mujeres se apuntan a la actividad mediante solicitud formal en la prisión; los grupos de internas que pueden participar se han reducido a cuatro o cinco por la pandemia, de modo que en el estudio –muy profesional, explica el sacerdote, con pecera incluida para el control– solo pueden estar entre cuatro y cinco personas. Fernando hace las veces de técnico, aunque en realidad la mayoría del tiempo se pasa «atendiendo a mujeres que vienen a charlar conmigo…».
Presencia de la Iglesia en el dolor y el sufrimiento
Para el padre Fernando «la cárcel es el truco para ponerse en contacto con la gente; después viene el acompañamiento en los pisos, que se hace con cuentagotas» porque la idea es poder dar una atención personalizada. «Es la única manera de sacarlas adelante». Y aquí el viator tiene claro la opción que él ha tomado ante el mundo penitenciario: «Hay quien diría que no merece la pena gastar el tiempo con estas personas, porque es cierto que algunas son difícilmente recuperables; y luego está la óptica del Evangelio: hay que estar donde hay sufrimiento». Y desde esta óptica, el sacerdote trata «de que en sus vidas conozcan la presencia de la Iglesia a través del cura que le ayudó cuando estuvo en la cárcel; es la presencia callada de la Iglesia donde existe el dolor y el sufrimiento».
Las mujeres, por su parte, «se sienten ayudadas, queridas por un equipo ciertamente extraño, una mujer no creyente, un cura y otros colaboradores…», expresa. «Que alguien de fuera se interese por una presa es un valor tremendo –añade–, y cuando se entra en temas profundos, la presencia de un creyente, y más de un cura, es fundamental». El padre Fernando no dejará de atenderlas, aunque se jubila el próximo año. Tiene 74 años –no los aparenta, y él lo justifica: «¡La vida me ha hecho un peregrino!»– y lleva 27 años de párroco. «Tener a una comunidad con un cura tantos años es injusto» para esa comunidad, asevera.
Fernando no abandonará sus proyectos, de los que está plagada la UVA de Villaverde. «Hace años fundamos la asociación Amires, que no hemos tenido tiempo de desarrollarla» para ayudar a aquellas mujeres, sin papeles en muchos casos y sin un lugar al que acudir, que al salir, «¿de qué viven?». En ocasiones, de una prostitución encubierta, «ellas dicen que es su novio, pero…». Así, este viator continuará «enganchado» a su gente, con ese «trabajo de Iglesia sin pandereta; de hacerse presente, estar, acompañar» en medio del mundo.