El pasado lunes, 27 de enero, la Iglesia celebraba la memoria de san Enrique de Ossó, presbítero y patrón de los Catequistas españoles. Ofrecemos para tu reflexión, este recorte de un artículo de María del Carmen Melchor Moral* con las tres actitudes que destaca Enrique de Ossó, que cree él características del buen Catequista y son fruto del Espíritu que trabaja en el interior, tal como las describe en su obra Guía Práctica del Catequista. Una anotación: donde escribe ‘hombre’ podemos leer ‘persona’. Los entrecomillados son citas de su Guía.
«El catequista ha de ser un HOMBRE DE ORACIÓN, que vive profundamente el don de Piedad. Está llamado a ser maestro de oración de los niños, y esto sólo es posible manteniendo una profunda relación con Dios.
El catequista ha de ser un hombre LLENO DE DULZURA Y CORDIALIDAD. Humilde y manso como Jesús, tierno como una madre. “Debe comenzar por ganarse el corazón de los niños y hacerse amar de ellos”. Hay una larga enumeración de rasgos identificadores la verdadera dulzura: “Llena de la memoria de Jesucristo, tan tierno con los niños…”.
El tercer rasgo identificador del Catequista, apasionado por el Reino de Dios, es el CELO O EL AMOR APOSTÓLICO. “Como la llama ardiente del fuego del amor divino: un deseo vehemente de dar a conocer a Dios, de formar o perfeccionar la imagen de Jesús en todas las almas para lograra su salvación, cueste lo que costare”. “Este celo, como la caridad que lo anima, debe ser universal, si bien deben señalarse tres clases de personas”. Enunciamos sin comentario las opciones preferentes de Enrique de Ossó: 1ª: Los niños inocentes. 2ª: Los pobres. 3ª Los niños que han nacido de padres sin fe, o que viven rodeados de escándalos».
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